La compañera Liliana B. nos transmite un encendido testimonio sobre su carrera alcohólica, el reconocimiento y la aceptación de la enfermedad y el tránsito por la recuperación en su grupo.
Soy Liliana B., una alcohólica en recuperación y, gracias a Dios, estoy sin tomar. Quiero compartirles lo que fue mi historia: estuve los primeros 37 años de mi vida sin tomar ni una gota de alcohol, años en los que estudié, trabajé, me casé y tuve mis hijos. A esa edad empecé a beber, luego del abandono de mi marido, quien armó su nueva pareja en el mismo lugar en donde trabajábamos. Todos me decían que me fuera de ahí a trabajar a otro lado pero yo sentía que no podía moverme. Ese hecho me paralizó, no podía accionar.
Teníamos reuniones semanales y en ese momento empecé a tomar buscando el valor para acudir a esas reuniones en las que lo veía pero en realidad, me volvía llorando. Volvía a mi casa manejando muy, muy triste. Yo tomé durante diez años, por la noche, esperando que mis hijos se fueran a dormir. Trabajaba muchas horas y, cuando regresaba a casa, en lo único que pensaba era en esa copa que iba a tomar. Yo sabía que mis hijos estaban bien porque tenían buenas personas que los cuidaban. Me encerraba en la cocina, prendía el televisor sin volumen y me ponía a tomar hasta lograr el efecto. Nunca me gustó el sabor del alcohol, no fui tomadora de grandes cantidades, buscaba el efecto y el efecto era llorar, hablar con los muertos ancestrales... Y cuando estaba bien borracha me iba a dormir, prometiendo no volver a beber.
Al otro día me levantaba y me iba a trabajar y así, año tras año. Tuve períodos en los que realmente intenté parar de beber por mi cuenta; dejaba unos días, los anotaba en mi cuaderno pero, invariablemente, volvía a tomar. Alguien de A.A. me había pasado un teléfono y la dirección del Intergrupo Capital y del grupo Palermo. Lo tenía agendado; durante tres años pasé ese teléfono y dirección de agenda en agenda. Honestamente, no me sentía alcohólica. Leía mucho en los libros científicos acerca del alcoholismo pero me decía: “yo no hago estas cosas, no tengo nada que ver con todo esto, yo slo tomo alcohol de noche”.
Mantenía mi trabajo, nadie me vio borracha y era una buena escondedora de botellas. Pero estaba muy triste, mi vida estaba apagada, acotada; estaba depresiva y sentía que no tenía futuro. Hasta que un día, el 19 de diciembre de 1987, un sábado por la mañana, llamé al Intergrupo Capital y pregunté por los horarios del Grupo Palermo. Me atendió amablemente una señora que enseguida me pasó los días y
horarios del grupo y el lunes 21 de Diciembre de ese año hice mi primera reunión a las 21:30 en el Grupo Palermo, que funcionaba en la calle Gutiérrez. Yo llegué diciendo: “¡Quiero dejar de tomar! No puedo entender cómo, teniendo tanta voluntad para otras cosas, no puedo
con esto.” Porque realmente yo cumplía con mis obligaciones, que eran muchas, pero no podía dejar de beber alcohol. Me pasó el mensaje una compañera que llevaba tres meses sin tomar y yo dije: “¡Qué admiración, tres meses!”. Me contó que era una enfermedad, que no tenía cura pero que se podía detener no bebiendo la primera copa. Cuando escuché que lo que yo tenía era una enfermedad, sentí un gran
alivio porque pensé que, si era una enfermedad, algo iba a poder hacer. Yo me sentía una basura infame, una viciosa, tenía una doble vida, me sentía hipócrita; trabajaba con personas y me atormentaba pensando "qué dirían" si supieran que yo de noche, me emborrachaba.
Esa noche no tomé. Dormí, y cuando me desperté no lo podía creer; me dije: “Esto es así! ¡Qué maravilla! ¡Dormí sin tomar alcohol!” Y pensé que ya estaba todo. Me dijeron: “grupo - trabajo - casa”, y yo hice caso. Pasaba el tiempo y pensé que estaba curada, había logrado no beber y sostenerlo. Escuchaba las historias en los grupos pero no me identificaba, no me habían pasado esas cosas que contaban. Me costó comenzar a "darme cuenta" y por eso mis “tocadas de fondo” fueron dentro del grupo y sin alcohol. Cuando se ablandó un poco mi corazón y "me bajé del pony" donde estaba parada, empecé a escuchar sin pensar mientras el otro hablaba. Así fue como empecé
lentamente a descubrir lo que era mi alcoholismo, lo que realmente me pasaba. Después, cuando pude reconocerme como una mujer alcohólica, empecé a descubrir otras partes de mi personalidad a lo largo de mi vida, eso que llamaban “los defectos de carácter”. Cuando escuché hablar de la soberbia, autojustificación y de la autoconmisceración, descubrí la visión recortada que tenía en mi cabeza; que "las cosas tenían que ser como yo quería", y así no eran. Fue al principio con mucho dolor, pero la recuperación es un dolor sanador. Aprendí
todo en A.A., que el dolor duele, que no hay que taparlo; que se puede transitar y que siempre el dolor es para aprender algo.
"Yo llegué diciendo: “¡Quiero dejar de tomar! No puedo entender cómo, teniendo tanta voluntad para otras cosas, no puedo con esto.” Porque realmente yo cumplía con mis obligaciones, que eran muchas, pero no podía dejar de beber alcohol."