Charlando un día por la tardecita, allá por la década de los 70 en la casa de la calle Garay, con el cofundador de A.A. en nuestro país, Don Héctor G., en una conversación informal, le pedí que me contara un poco acerca de cómo había fundado nuestra Comunidad y cuáles fueron sus principios.
Por aquel entonces, hacía dos o tres años que había dejado el alcohol y me picaba la curiosidad del tesonero trabajo que hacía la confraternidad y que hoy, con más conocimiento de la misma, hacen que me sienta orgulloso de pertenecer a ella. Don Héctor, un hombre del que me llamó la atención su particular serenidad y calma, con un decir sereno y pausado, me contó muy sucintamente los principios de A.A. en la Argentina.
No me pregunten por qué; en esos momentos anoté algunos datos de lo que me contó que me dan la pauta del esfuerzo que costó la creación de lo que hoy gozamos un sinnúmero de alcohólicos recuperados. Me contó entonces que comenzó a gustarle la bebida alrededor de los 15 o 17 años, dentro de su familia de origen irlandés. Poco a poco, alrededor de cinco años más tarde, recordaba que el alcohol se había convertido en algo insustituible para su carácter un poco tímido e inseguro. Como a cualquier alcohólico, a medida que pasaba el tiempo, comenzó a tener problemas en la casa. En ese entonces decidió irse de la misma al conseguir un trabajo en la Patagonia. Su enfermedad hizo que fuera trasladado en corto tiempo hacia otra ciudad más cercana y ante un llamado de atención por su manera de beber dejó este trabajo y retornó a vivir con sus padres. A través del requerimiento de su familia fue a ver a un médico y allí tomó conocimiento que lo que le pasaba: no era un vicio sino una enfermedad. Este médico le dio folletos de Alcohólicos Anónimos y le dijo de hacer una psicoterapia para ayudarlo. Durante un tiempo se mantuvo sin beber hasta que decidió que ya podría controlar la bebida y allí fue el acabose. Se quedó completamente solo, muy angustiado en su casa. Se dio cuenta que no quería beber y al mismo tiempo que no podía prescindir de hacerlo. Hasta que se sintió tan mal que decidió terminar con su vida y con un cinturón se colgó. Para bien de él y de todos nosotros, los alcohólicos, el cinturón se rompió y salvó su vida. Fue internado en un sanatorio privado. Lo fue a ver el Dr. Roberto Pochat. con quien siguió un tratamiento y, al mismo tiempo, le sugirió que, una vez desintoxicado, le escribiera a Alcohólicos Anónimos para averiguar cuál era el tratamiento a seguir. Fue ahí donde Héctor escribe a esta entidad en Nueva York y desde allí le dan las primeras pautas. Don Héctor, que hablaba perfectamente el inglés, lee el "libro grande” (Texto Básico de A.A.). Se puso en contacto reiteradas veces con Anne M., quien le contó que también era alcohólica y se había recuperado en A.A. La primera carta que escribió fue el 18 de Diciembre de 1952. A partir de ese momento podríamos decir que se comenzó a gestar el nacimiento de A.A. en nuestro país.
También podríamos decir que A.A. en la Argentina nació el día que don Héctor tomó la última copa, el 13 de septiembre de 1952. Pero esto puede servir sólo como una referencia histórica ya que en la práctica, Don Héctor G., tuvo que realizar una tarea constante para llegar a realizar el fin propuesto que era el de llevar a la práctica una institución similar a la de E.E.U.U. ¿Por dónde comenzar? En principio comunicó que deseaba tener un grupo de A.A. en nuestro país, recibiendo entonces información sobre el trabajo a realizar y un "libro grande" donde encontró las bases e ideas en que se basaba la confraternidad. Una de las primeras tareas era la de tener alcohólicos que quisieran dejar de beber o, en un principio, llegar a “curarse” del problema que padecían. No recuerdo la fecha de un artículo aparecido en Selecciones de Reader´s Digest sobre la tarea de la institución por el cual mucha gente escribió para enterarse de la ayuda hacia los alcohólicos. En un comienzo, le dieron a Don Héctor direcciones de los que habían escrito a la Alcohólicos Anónimos de E.E.U.U. para que se pusiera en contacto con los mismos, les contara su historia y experiencia y tratara de ayudarlos reuniéndose en grupos para iniciar el movimiento en el país.
Con permiso de la O.S.M. (Oficina de Servicio Mundial) en Nueva York, él se presentaba como representante de la misma y contaba su historia lo más detalladamente posible, incluyendo los desastres y problemas que le trajo su adicción al alcohol. Pero todo esto lo contaba como "desde el lugar de un familiar" y no desde el de enfermo alcohólico que realmente era, por lo cual la mayoría de las veces lo despedían cordialmente pensando que no estaba en sus cabales.
Estuvo varios meses trabajando así sin lograr que nadie quisiera integrar el grupo que deseaba formar. Allí fue donde Don Héctor me hizo hincapié en lo positivo que le dejó esta experiencia de continuos fracasos y que generó su propio cambio de actitud. Empezó a considerar que estos fracasos eran algo positivo y que la vida comenzaba a ser algo importante para vivirla de esta manera, dejando de lado sus angustias y depresiones. A partir de ese momento encontró la base de su recuperación, el cambio de actitud necesario ante la propia vida. Esto representó un paso adelante muy importante. Por otra parte, observó que sus familiares y amigos le hacían notar sus cambios de actitud, comparados con su etapa anterior de angustias y depresiones. Comenzó a trabajar entonces con un mayor temple para lograr su objetivo de lograr la formación de un grupo en el país. Verdaderamente, al contarme el trabajo que tuvo que realizar para lograr lo propuesto, me di cuenta que me encontraba ante una persona que, aparte de su serenidad y tono mesurado, fue alguien con una tremenda fe y una actitud muy fuerte y consecuente para llegar a su objetivo, teniendo en cuenta también que lo estaba haciendo solo. Al estar frente a él -y dándome cuenta de que gracias a este hombre yo estaba vivo, sin ninguna duda- sentí una profunda emoción y agradecimiento y se lo hice saber. Me contestó con mucha humildad que hizo simplemente lo que correspondía hacer. Siguió con mucho entusiasmo en su tarea y logró por fin reunirse con dos alcohólicos en la confitería "Londres" en Flores. Uno de ellos estaba en continuas recaídas y lo llamaba permanentemente después que tomaba. Finalmente desapareció y no lo volvió a ver.
Mantenía relación con algún que otro alcohólico por medio de correspondencia y luego perdía el rastro de los mismos ignorando si lograban mantenerse sobrios. Le pregunté cuándo realmente cree que fue la fundación de A.A. en nuestro país y no lo recordaba bien. Creía que fue un alcohólico que apareció en 1953 y permaneció sobrio un año hasta que falleció en 1954. Este alcohólico, residente en nuestro país, en un viaje que realizó a EEUU, conoció e integró un grupo de A.A. y, al regresar, se puso en contacto con él. Comenzaron a trabajar juntos logrando formar un grupo que se reunía en Olivos en la casa de Arthur M. -que era el nombre de este alcohólico- y también una vez por semana en el consultorio del Dr. Pochat. A este pequeño grupo de alcohólicos le dieron el nombre de “Arthur”, en homenaje a él cuando falleció y así figura en la Oficina de Nueva York, con su inscripción como "Grupo Arthur". Don Héctor lo consideraba, junto con él, como cofundador en la Argentina de los grupos de Alcohólicos Anónimos.
Al fallecimiento de Arthur, el grupo se disgregó. Tampoco, por indicación del Dr. Pochat, se reunían más en el consultorio de él ya que consideraba que no correspondía que el grupo funcionara allí. Comenzaron a hacerse las reuniones los días sábados en las casas de los alcohólicos, abocándose Don Héctor a conseguir un lugar que se prestara para eso. Así fue que en el transcurso de 1955 se reunían en la casa de Esteban W. en Hurlingham. Consiguieron luego permiso para reunirse todos los martes a las 19:30 en Maipú 820, en la Obra del Cardenal Ferrari. El Grupo comenzó a crecer y, al demolerse el edificio de la Obra, se trasladaron a la Parroquia de La Merced, en Viamonte 318, lugar cedido por Monseñor Tato. Tuvieron que pasar luego a Reconquista 341, sede de la Dirección Nacional de Asistencia Social por gentileza del Director del mismo. Tomé nota también, segun Don Hèctor, de los compañeros que integraban el Grupo como Leonardo, Saavedra, Sussin, Raymundo, Carlos F., Peggy, Dora, Betty y otros . Yo conocí en ese entonces a Sussin, que se recibió de médico cuando entró en sobriedad y a Saavedra, que para mí fue ejemplo de humildad y trabajo. Recuerdo que, estando con los compañeros en la casa de la calle Garay conformando el Intergrupo Capital, Saavedra nos preparaba el café, a veces hasta las dos de la madrugada. Años después. se radicó en Rosario donde fundó algunos grupos. Cuando Saavedra falleció, era el alcohólico que llevaba más años de sobriedad exceptuando a Don Héctor.
Estando ya en la calle Viamonte, Don Héctor conoció a su esposa, Beba T., que era asistente social y visitadora de higiene. Visitó A.A. para ver cómo le podrían ayudar en su trabajo con los alcohólicos. A Beba le llamó la atención que no tuviera A.A. una sede permanente y. desde su puesto en la Municipalidad, se puso en campaña para conseguir un lugar fijo para los AA. Le cedieron un lugar en Avenida Córdoba 1556, adonde fueron a fines de 1961. El local era muy grande y presentaba el inconveniente de que era muy frío en invierno. Por otra parte tenían unas pocas sillas, que se utilizaban para las mujeres. Entre el frío y el tener la mayoría de los alcohólicos que mantenerse parados, hacía que muchos de ellos casi no vinieran o dejaran de hacerlo definitivamente. Tenían que buscar una solución para este problema pero los aportes de los que concurrían eran muy pocos. Fue así que Don Héctor G. conoció por intermedio de alguien a la Fundación Kaiser que hizo una donación de dinero. Fue Don Héctor quien aceptó a regañadientes tratando de que fuera sólo a los elementos que hacían falta como muebles, sillas, ventiladores y estufas. No lo consiguió y tuvo que aceptar el dinero a pesar de que sabía que estaba violando una de las Doce Tradiciones de A.A. Para ese entonces ya comenzaba a ser conocida la Institución por comentarios en revistas y diarios, recibiendo muchas cartas -sobre todo del interior- a la Casilla de Correos que disponían en el Correo Central. Don Héctor se ocupaba de recibir la correspondencia y toda la administración además de visitas de "Paso Doce" que realizaba diariamente. Como es lógico, necesitaba elementos para la administración y el dinero no alcanzaba. Entonces el Dr. Pochat le presenta al Sr. Williams, titular de la fundación que lleva su nombre. Este señor decidió ayudarlo con una suma fija por mes que sería hasta que tuvieran el número suficiente de alcohólicos para sostener la confraternidad. A Don Héctor le preocupaba bastante el hecho de quebrar las Tradiciones y el mismo Sr. Williams -que era norteamericano y conocía mucho de A.A.- le mostró el folleto “Las Tradiciones de A.A., cómo se desarrollaron” en el que Bill W. -uno de sus dos cofundadores- explica que, en un principio, necesitaron ayuda ajena.
Tiempo después Richard P, ya recuperado, visitó la Oficina de Servicio Mundial en Nueva York. Estuvo con Bill W. y le comentó lo ocurrido: el mismo Bill le respondió que "las Tradiciones deben respetarse y es muy importante que así se haga, pero también hay que tener tolerancia por las necesidades y los problemas de los grupos en otros países”.
Después de conseguir lo indispensable para la calle Córdoba, el Grupo comenzó a crecer. Legaron entonces María Marta, Ketty, Coca S., Jorge M., Sergio R., Víctor y Richard P. A partir de ese momento es cuando A.A. comienza a expandirse, creándose los grupos Pasco, San Isidro, Morón y Quilmes. Asimismo, el nacimiento de los Intergrupos, las distintas Aéreas con sus respectivos delegados -y quienes no lo eran-, creándose discusiones -muchas veces agraviantes- pero fue necesario para conformar la estructura de A.A. y ponerse en marcha. Fue entonces cuando asumió la Presidencia de la Asociación Sergio R. Tiempo después, cuando se tuvo que dejar el local de Avenida Córdoba, se pasó a la vieja casa de la calle Garay.
Y esto fue lo que me contó Don Héctor G., lo cual puede darles una idea más formal del sacrificio que costó llegar a ser lo que es la comunidad hoy día. Por ejemplo... que contamos con la C.S.G. (Conferencia de Servicios Generales), con Áreas en todo el país, gran cantidad de Grupos en todas las provincias, distintos Comités y una estructura que se mantiene y ayuda a la base de la misma que es la de "transmitir el mensaje" hacia cualquier alcohólico que desee dejar de beber.
Víctor P.
"... al contarme el trabajo que tuvo que realizar para lograr lo propuesto, me di cuenta que me encontraba ante una persona que, aparte de su serenidad y tono mesurado, fue -Héctor G.- alguien con una tremenda fe y una actitud muy fuerte y consecuente para llegar a su objetivo..."